Contribuciones de Pascua

Así podemos llamar a tales manifestaciones, a aquellas que indirectamente quedan como resultado del tiempo litúrgico de Pascua. Pienso en tres. Una que ya es parte intrínseca de la Pascua —entre otras— alemana (y que gracias a ésta logra su llegada hasta nuestros días); otra que en este espacio propongo verla también de este particular modo, y una más que prevengo puede (o debiera) fortalecerse.

Empiezo entonces con el final: el lunes de Pascua. Sucede que si bien después del Domingo de Resurrección solía seguir toda una semana de celebración, es a partir del siglo XIX cuando se acota a un sólo día: el lunes. Aquellas fiestas paganas que celebraban el advenimiento de la primavera y el correspondiente florecimiento de los campos —tan evidente en las latitudes de Europa septentrional—, fueron, primero, sincretizadas con la celebración cristiana y, después, ordenadas o destinadas a días particulares, i.e., lunes. Así las cosas, por ejemplo, aquellos huevos paganos símbolo de renacimiento y fecundidad pasaron a ser símbolo del fin de la Cuaresma (y de la propia Resurrección) y, sobre todo, protagonistas de dos días en particular: el Domingo y el Lunes de Pascua: en el primero comparten el protagonismo con la mencionada Resurrección y en el segundo son totalmente los reyes de la fiesta. En síntesis, que gracias a la Pascua como celebración religiosa per se, se tiene pues un subsecuente lunes como símbolo (recuerdo) del origen pagano de la fiesta. (Un lunes alemán, dicho sea, feriado.)

Por otro lado, y como segundo punto, celebraciones eran también las que se organizaban después de la Cuaresma en tierras del oeste mexicano, en particular, Nayarit y Jalisco. Tales fiestas se relatan en documentos de mediados del siglo XIX (antes, por cierto, de la Invasión Francesa del 62) y en ellas, además, se menciona ya la palabra mariachi (o sea, que lo del origen francés del vocablo es tan sólo mito o leyenda). Estas celebraciones, como las arriba mencionadas, podían durar toda una semana —iniciando el día Domingo de Resurrección— y en ellas se tenía como elemento primordial al baile, amén de música y bebida. Todo ello girando, literalmente, alrededor de un entarimado conocido entonces como mariachi (voz, se dice, de origen coca). Así, en las crónicas de aquellas fiestas en sí seculares, aunque con motivos religiosos, se hace mención de aquellas diversiones —fiestas— conocidas como mariachi, donde efectivamente la música corría a cargo de un grupo de músicos (cuarteto, originalmente) que a la postre terminaría siendo conocido —ya entrado el siglo XX— como el mariachi. Las fiestas eran acaso las de mayor proporción en el año, si tomamos en cuenta el papel preponderante de la religión, por lo que la mayor celebración eucarística dio pie a semejantes manifestaciones de fiesta y alegría donde precisamente ahí seguramente tomó mayor fuerza la presencia de música y baile hechos mariachi. En corto, que si bien mariachi había a lo largo de todo el año, no era sino hasta Pascua el protagonista total de los fandangos que motivaba tal celebración.

Cierro esto con el principio: el Domingo de Ramos, el primer día de la Semana Santa. Sucede que desde hace un par de años aquí en Bonn la respectiva procesión se hace no por las calles de la ciudad (como otrora solía ser: de una iglesia a otra) sino en el claustro de la iglesia principal. Ahí, entre paredes, toma lugar la procesión: una vuelta al claustro. Bien se puede decir entonces, en argot económico, que las externalidades se han internalizado: no se cierran calles, no se hace uso de la seguridad pública y, lo más, no se muestran públicamente elementos de un particular credo a personas que no necesariamente lo comparten e incluso pudieran encontrarlo ofensivo (e.g., ¿por qué tengo yo que escuchar/ver los rezos/plegarias cuando éstos no me importan ni atañen?). La vida (o fe) privada se limita pues a ese espacio y se deja que lo público permanezca sin invasión o mezcla alguna. Esto, concluyo, bien puede ser una de las mejores contribuciones de una celebración —tan significante — en tantas y diversas culturas donde lo público y privado requieren de una mejor y más clara separación.