¿Lista? Lista

Escuchaba atenta, respondía segura, después volvía a escuchar la voz de mando —acaso más suave que la de ella—: «uno, dos, abajo, arriba». Enfoque y concentración total, no podía repetir el error de sus primeros dos saltos. Era su primera vez y estaba ahí con ella, su líder, tenía que seguirla en todo momento; la respiración debía ser una sola: no tenía que repetir el conteo, más bien llevarlo al mismo tiempo que ella. Abajo. Suelta el aire al mismo tiempo en esa o, ésa es la señal —pensaba—, desde ahí ya no eran dos competidoras hechas una, sino un solo cuerpo partido en dos. Su líder a la derecha (¡la diestra!), ella sería entonces la parte izquierda (¿siniestra?) de ese único cuerpo a espaldas del agua. Es el quinto, el último. Arriba: ¡ahora!

Abajo… sí, sabía que fue ella la que no logró controlar su cuerpo y las piernas habían perdido la anhelada vertical. Fuera de su eje terminaron esos talones y abajo finalmente estaban en la tabla de posiciones. Cuatro más. Un segundo y sintió una mayor cercanía a ella, la líder. Pero necesitaba más, carajo, ambas lo sabían. Seguían en el fondo de la tabla. Abajo.

Sus grandes ojos miraban a las otras; por suerte no podía del todo seguir el movimiento de las primeras de la tabla (esas máquinas orientales), pero sí a sus más cercanas competidoras, las australianas y alemanas. El nerviosismo lo podía controlar, tan sólo había que seguirla —escucharla— a ella, su líder, y después de ese tercer salto (¡por fin su cuerpo respondió del todo!) en el cuarto y quinto la tarea era asegurar los puntos con una ejecución igual o mejor.

Arriba ya estaban. Las otras ahora estaban abajo y ellas arriba. Las máquinas orientales no eran la competencia, eran esas espigas rubias. Yo te sigo —pensaba— y estoy lista para esos dos últimos saltos; poco más de un año lo he hecho contigo y su grado de dificultad no me espanta; estamos en los libres, en lo que mejor se nos da, sé que lo necesitamos así de difícil (más que el de las máquinas orientales), pero yo te sigo y, sí, te escucho. Desde ahora seremos una y no más. ¿Lista?

Estaba hecho, después de un quinto salto que replicó la seguridad del cuarto, no había más que esperar a que las alemanas repitieran su regular desempeño de los últimos dos saltos y, lo más importante, que las australianas tuvieran un mal cierre. La plata podía ser nuestra. Nosotras hemos cumplido —pensaba al tiempo que abria más sus ojos para ver los resultados en las pantalla—, desde abajo (lo sé, maldita sea, pero fue mi primera vez y los dos primeros saltos, ella misma, la líder, lo sabe: no serían nuestros mejores), y con el liderazgo y, sobre todo, compañía de ella ya estamos arriba de la tabla. Arriba.

Finalmente las australianas hicieron también lo que tenían que hacer. Voy, sí, te daré un abrazo pues: la medalla es ya nuestra. Ella, la líder, tendrá seguramente los reflectores, pero bien por ella, bien por ambas. Fuimos una sola. Es mi primera vez y ya tengo una medalla. Estoy lista.

Pekín, China, 12 de agosto del 2008.

¡Deportistas, uníos!

Más que un boicot, lo mejor que los deportistas olímpicos pueden hacer es asistir a Pekín, hacer lo suyo y, sobre todo, desde ahí, a su manera y con sus medios, denunciar lo denunciable. Y si bien otrora se dijo, y puso en cuestión, que los deportistas mezclaban la política con el deporte (remember Black Power), esta vez es denunciar, protestar, a través de una actividad social como lo es el deporte, las violaciones de los derechos de una sociedad.
Sigue leyendo