No cesaremos en la exploración

More than artistic beauty, moral beauty seems to exasperate our sorry species.
—Simon Leys

Los siguientes tres versos de Eliot son los que recita Martin y Philomena le aplaude, “Maravilloso, ¿se te ocurrió ahora?”, pregunta ella, y Martin le aclara la autoría. “Oh, no importa, de todas formas es muy bonito”, dice ella, y continúan con su historia: encontrar al hijo perdido de Philomena. La búsqueda (de cinco años) dio para un libro (en 2009) y una película: Philomena (2013). La escena dibuja sobre todo a Philomena, y un poco al periodista Martin.

We shall not cease from exploration
And the end of all our exploring
Will be to arrive where we started
And know the place for the first time.

Que José Emilio Pacheco tradujo:

No cesaremos en la exploración
Y        el fin de todas nuestras búsquedas
Será llegar adonde comenzamos,
Conocer el lugar por vez primera.

El Little Gidding de Philomena es Roscrea; otra referencia y, quizá, una penitencia, su nombre. Hija de la luz, de la lumbre. Por no saber cuidar de su virginidad —como otrora, dicen, lo hiciera la respectiva santa—, Philomena es condenada. Tiempo después viviría su calvario y, si no mártir (como la santa), hace de tripas y remueve los recuerdos de aquella abadía del Sagrado Corazón. Todo por conocer el lugar por vez primera. Y a su hijo.

Y la lumbre y la rosa sean una, finalizó T.S. Eliot. Judi Dench acierta con el personaje: ni quema ni espina, pero ilumina y perfuma no pocos momentos de la historia. La ayuda de Steve Coogan es bienvenida, pues si en solitario a veces uno deja de encontrar el quid de la película, cuando están juntos nunca se pierden. La ironía del comediante Coogan es aliada perfecta del personaje Martin Sixsmith, quien se empeña en buscar no sólo al hijo de Philomena, sino también tres pies al gato de esta historia.

Hay una segunda escena que perfila mejor a los personajes. “No quiero odiar a la gente, no quiero ser como tú, mírate”, le dice Philomena a Martin, “Estoy enojado”, explica él, y ella contesta, “Debe ser agotador”. Lo dicho, lumbre y rosa.

philomena02

No todo está perdido en el océano

«“But man is not made for defeat”, he said. “A man can be destroyed but not defeated.”»
—Hemingway en The Old Man and the Sea

Si Santiago hubiera nacido en el cine, y no de la pluma de Hemingway, no tendría nombre pero sí la cara de Robert Redford. Con su masetero (macetero: cuánto no le ha florecido en él), Redford traza y mastica una historia a la par de la de aquel inolvidable viejo cubano. El crédito por supuesto lo comparte el director J.C. Chandor, quien además escribió el guión de All Is Lost, película que me ha llevado de la mano a las páginas de Hemingway.

Intento un cumplido, pues en All Is Lost nada se pierde: todo se encuentra. La historia del hombre sin nombre puede tener muchos adjetivos (y no pocas interpretaciones, sobre todo al final), y es así porque es una historia que sin palabras y con imágenes se cuenta. Es cine. Es muy buen cine. Y no es que, como reza el lugar común, se esté diciendo miles de palabras con las imágenes en pantalla, no: se está contando con la precisión de las imágenes. Ni más, ni menos.

Hemingway justificó los soliloquios de Santiago con la ausencia del niño Manolín, de otro modo es casi seguro que el pescador tuviera el bienvenido mutismo del inminente náufrago de All Is Lost. Robert Redford, tipo duro sin duda (no es gratuito ese masetero, insisto), su personaje es creíble precisamente por momentos tan impávidos como una afeitada en alta mar en medio de una tormenta. Un par de maldiciones —y no a su suerte, sino a su falta de cuidado (con el contenedor de agua potable)— son el complemento perfecto del retrato de un hombre que se sabe solo, mas no abandonado.

Vuelvo a Hemingway. «What I will do if he decides to go down, I don’t know. What I’ll do if he sounds and dies I don’t know. But I’ll do something. There are plenty of things I can do.» Y el Redford de Chandor hace todo, de todo: desde reparaciones hasta depósitos de agua e incendios, y cursos rápidos de navegación estelar. Celestial. Un tipo práctico. ¿Qué queda cuando todo está perdido? El cielo. Pero en lugar de pedir(le), el hombre lo mide. Geniales escenas de Redford con sextante en mano: un buscador de estrellas: un astrolabio.

Aquí ya es claro que la historia de aquél Santiago y este Redford son diferentes: hay que leer la del primero y hay que ver la del segundo. Si el reto era (y sigue siendo) llevar al cine una historia como la de Hemingway, también lo es (y será) llevar a libro esta historia de J.C. Chandor. Redford sabe llenar la pantalla, su cara de años cumple aún el cometido. Hay que verlo. Hay que ver que no todo está perdido.

No faltarán los conocedores que reconozcan las pifias del guión, o más bien la falta de habilidades marítimas del personaje. No será raro y no hará menos la valía de la historia: al contrario, la subraya: pues qué más común hoy día que el profesionalismo amateur. Por hondo que sea el mar profundo helos ahí, de popa a proa, a diestra y siniestra y de babor a estribor. No faltan pues los Redford en los océanos, y éso los conocedores tendrán que, cual palíndromo, reconocer. Océano dona eco.

«Maybe today. Every day is a new day. It is better to be lucky. But I would rather be exact. Then when luck comes you are ready.», se lee con Hemingway; All Is Lost se mira, y admira, con Redford.

allislost

Una mujer inolvidable: Pina Pellicer

Para mí todo es trascendente. Yo tengo más bien un sentido trágico de la vida aunque me río muchísimo. Pero en general, la vida es más bien un drama que una comedia. La vida es el delito máximo. ¡Pero no vayas a poner todo esto si no me van a contratar como llorona!
—Pina Pellicer, 1963*

El pasado 12 de mayo el servicio postal norteamearicano puso en circulación la estampilla 16ª de su serie Leyendas de Hollywood para rendir homenaje a Katharine Hepburn:

Al verla pienso más bien en otra mujer, la inolvidable Pina Pellicer (1934-1964). Con ella en mente me pregunto qué estará haciendo falta para que una figura así emerga de entre los recuerdos y tenga hoy día el merecido lugar de entre vivos y muertos, es decir, un cabal reconocimiento.

Si alguien piensa que «pues más películas» o «ni que fuera una Miroslava», con ello dará cuenta de la gran ignorancia sobre lo demostrado por Pina en su quehacer artístico (el cual, por cierto, incluyó teatro de gran calibre). Su trabajo —que no carrera— fue sencillamente la vida misma; entrega total expresada en irrepetible calidad.

Por donde se le mire o escuche, Pina Pellicer resulta entrañable. Basta un gesto o una palabra para que toda ella nos atrape. Aquí algunas pruebas: su debut cinematográfico i) One Eyed Jacks (M. Brando, 1958-1961); la imprescindible ii) Macario (R. Gavaldón, 1959); y, mi favorita, iii) Días de Otoño (R. Gavaldón, 1962). De textos, afortunadamente su hermana Ana y el escritor Reynol Pérez Vázquez escribieron (y editaron) Pina Pellicer: Luz de tristeza (UNAM, Cineteca Nacional, UANL, 2006), un volumen de 386 páginas con miradas varias alrededor de Pina, y las de ella también, pues se incluyen, amén de bellísimas fotografías, algunos de sus relatos, poemas, reflexiones y confesiones.

Marías —amén de imitadoras— podrán ir y venir; carisma, talento y fama seguirán siendo moneda cada vez más corriente e indiscriminadamente intercambiable, pero el arte de Pina Pellicer es y está incólume y eterno… inolvidable. Su rostro también:

© Kati Horna 1961

NB. Aquí en una escena irrepetible con las voces de Javier Solís y Marco Antonio Muñiz, y por acá en un episodio de la popular serie The Fugitive: «Smoke Screen» (Guzman, 1963).

*Respuesta a la pregunta de Elena Poniatowska, ¿Por qué te salen tan bien todas las escenas trágicas? ¿Por qué te sale tan bien llorar?, para el periódico Novedades.

Co(n)razón

Ayer por la noche me entero (vía un reportaje en la tv) de una particular, maravillosa, humana y alentadora historia ocurrida en el 2005 en un campo de refugiados palestinos en Jenin, Cisjordania. Los protagonistas son un niño de 12 años, Ahmad, y su señor padre, Ismail Khatib. El israelí Leon Geller (crecido en los EEUU) y el alemán Marcus Vetter dirigen en el 2008 su documental «Das Herz von Jenin» (El corazón de Jenin); recién en este febrero 2009 el documental ganó el premio “Cinema para la Paz” en su respectiva categoría. También, dicho sea, el filme tomó parte del 6° Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México (FICCO 09), y si bien la gente del blog oficial (cinécdoque) no escribió al respecto, Jorge Villalobos (de Nexos) escribe unas líneas, y el blog Cinerex le dedica una merecida reseña; además, aquí, en inglés, una valiosa crítica de Rasha Khayat del portal Qantara (puente en árabe).

Digo entonces que me entero porque en sí no he visto el documental. No obstante, gracias al reportaje, puedo ya afirmar —y confirmar— que el conflicto entre palestinos y judios (y cualquier otro de origen religioso y basado en nacionalismos) es producto de una ausencia total de razón en y entre ambas partes. El humilde y sencillo mecánico de autos, Ismail, con, literalmente, el corazón caliente (en menos de 12 horas tuvo que tomar la decisión de donar el corazón y demás órganos de su hijo asesinado, a niños que incluían los de los enemigos, es decir, judios) y cabeza fría (habló y tomó consejo de personal médico, familiares y amigos; así como encaró a los que desaprobaban la acción), extiende su brazo para tender ése su particular puente de entendimiento con los diferentes a él. Ofrece la mano y los medios para que las vidas de otros, y la suya incluída, puedan tener sentido.

El arriba referido texto de Khayat menciona que el filme retrata desde un sólo ángulo, que no se ocupa en mencionar que así como la decisión de Ismail salvó a otros niños (incluída la niña judía), pacientes palestinos también han sido salvados por donaciones de pacientes judios. Como fuere, y coincido con Khayat, el documental manda un mensaje de esperanza. Por supuesto, hasta para poder ver tal mensaje uno debe de hacerse de mente y corazón, pues, lo dicho, no faltará el que siga señalando a un bando en particular según el ángulo que se quiera escoger y, ojo, prescindiendo de aquello que ese padre en todo momento quiso tener y no abandonar: la idea de que ni religión, raza o nación puede conceder derechos exclusivos y convertir a un semejante en un enemigo. Cierto, Ismail acota que es con los niños donde no puede haber tales barreras, sin embargo, él mismo se encarga de mostrar que de hecho no hay lugar para que se siga insistiendo, entre niños y adultos, en tales formas y maneras de ver y clasificar al mundo.

Es decir, que en esta clase de lecciones (de esperanza y paz) los niños son los que suelen ser los protagonistas (y a veces por ello se llegan a minimizar las historias: «ay, bueno, pero son niños y pues no saben ni pueden ver todo el problema… no entienden»), pero esta vez es un adulto quien, con todo y su bagaje cultural y social, logra ver en ese particular momento (y que no es cualquiera, carajo, le acaban de matar a su hijo) que más vale actuar asistido de la lúcida razón y no con, sea, coraje, venganza, odio, miopía, cerrazón, en fin, estupidez. Así es pues como nos conviene mirar la historia (de la misma forma en que desde entonces Ismail logra ver a su hijo): con el corazón y con la razón. Sí es posible, y vaya que es necesario.

Envío: Para Corvan y Risp, que sin duda son un par de igual valor que Ismail y Ahmad.

Winslet

Si mal no recuerdo fue después de que la vieron en Titanic (1997) cuando J. y su comparsa resolvieron que así era como tenía que ser, en sus palabras, la del anillito, la que entraría por la puerta grande de su casa. De mi parte, dediqué al comentario el mismo bostezo que ella me provocaba. Hoy día, y seguro ya lo esperaban, avezados lectores, Kate Winslet me provoca todo menos bostezos.

Todo empezó con esa Hanna Schmitz en el juicio de The Reader (2008). O sea, que incluso aquellas primeras escenas con el joven Berg, donde Winslet se muestra desnuda y sensual, no lograron lo que aquél rostro férreo y atónito… Esa cara, esa actitud, esa pose, durante esas horas en que se condenaba toda una vida, fue lo que llamó poderosamente mi atención hacia Kate. Así, con ese marco, fue que admiré, ahora sí en toda la figura de ella, a una musa con el pelo recogido ajustándose la corbata minutos antes de recibir el veredicto.

La personificación que hizo Kate me reveló, dicho sea, a un mujerón. Ahora bien, si una década atrás Winslet hubiera interpretado a Hanna, no creo que el efecto hubiera sido el mismo pues, y aquí el siguiente punto, simple y llanamente no le hubiera ajustado aquél nudo de la corbata: una década es una década, y ni con efectos especiales se logran, en este caso, imponer. Sirva como ejemplo entonces esa estampa, en una versión ya más estilizada, y ganadora, en la recién entrega del Óscar.

2173111824_4766473592

Ciertamente, como acotan los autores de cinécdoque en su crónica (de donde tomo la imagen), Kate se mira extraña en su perfección. En mi caso, no deja de ser extraño que por la figura de Hanna (en las citadas condiciones) quiera ahora secundar a J. y su comparsa. Pero es que simplemente se le ve, en escena y fuera de ella, perfecta.

Seis de ocho

Nada mal, creo yo. El Óscar ya fue y, sirvan cotejar, bien me hubiera dejado algunas ganancias. No muchas, cierto, pero sí algunas. Así las cosas, tengo que mejorar el ojo para actuaciones masculinas. Ahora bien, en mi defensa he de decir que como actor secundario me sigue pareciendo mucho mejor Seymour Hoffman que Ledger, y que aquí el premio fue más bien pretexto para un homenaje post mórtem. Luego, que no he visto Milk y que si hubiera visto aunque sea los avances creo que sí hubiera puesto al Penn en la quiniela. Ah, mi señalado favoritismo por la Winslet es lo que, espero comprendan, me da ese acierto; cosa que no hice con la Tomei, por lo que tomo también como acierto el voto a Penélope. O sea, que mejor dejo ya esto de la auto-felicitación y paso al corolario: El curioso caso nomás apantalla (y se puede vivir sin verla), Slumdog es redonda (y mejor es que se vea), Penn reafirma que es garantía y Winslet lo está afirmando (y me está gustando); Penélope no tenía mucha competencia, y Seymour Hoffman sí, y mortal. Sea pues.

En vísperas

Rápidamente, algunos pronósticos de ganadores para eso que, para bien o para mal, es la gran premiación del séptimo arte, el Óscar en su edición 2009. Voy.
Actor protagonista: Frank Langella; Actriz protagonista: Meryl Streep (ó K. Winslet, mi favorita); Actor secundario: Philip Seymour Hoffman; Actriz secundaria: Penélope Cruz (ó M. Tomei); Película de animación: Wall-E; Director: Danny Boyle; Película: Slumdog Millionaire (pero mi favorita es The Reader). Luego, por «eficiencia» (nominaciones versus premios), la ganadora: Slumdog Millionaire; la perdedora: The curious case of Benjamin Button. Sea pues.

Der Vorleser

Es de esas veces en que el idioma alemán se muestra todo preciso y exacto. No hay en español un verbo en particular para designar al que lee en voz alta para otros. En alemán basta una sola palabra: vorleser. Es decir, que es tal acción lo que define a Michael Berg, pues no es que lea mucho o le guste leer (que ciertamente hay verdad en ello), sino que es quien le lee a Hanna Schmitz: es su Vorleser, su lector, su reader.

«The Reader» (2008), película dirida por Stephen Daldrey, basada en la novela «Der Vorleser» (Diogenes Verlag, 1995) de Bernhard Schlink (editada en español por Anagrama, 2000), tiene a Kate Winslet, Ralph Fiennes y, vaya promesa sin duda, David Kross, como artífices de una historia que no es tan sencilla como parece a primer vista serlo. Dicho sea, esta historia en pantalla nos atrapa más bien entre las hojas de la novela, o sea, que si uno no la ha leído —como es mi caso— por fuerza querrá leerla. Y es desde este enfoque, advierto, con el que escribo estas líneas.

No es pues una película sobre «simplemente» el Holocausto o el sentimiento de culpa al respecto. La historia ofrece toda una gama de matices para la lectura de los personajes y sus conflictos, y es aquí donde creo está el valor agregado. Más que contar una, si me permiten, anécdota más de los alemanes y sus conflictos con la Segunda Guerra, creo que en esta ocasión se nos brinda (y tan sólo con dos personajes de por medio) un abanico de vías para la contemplación de los vericuetos de las emociones humanas. No será tan fácil dar por resuelto el caso de Hanna —como aquél universitario que con una pistola la mataría— y sí lo mejor será, como responde Michael, comprenderlo. Y con eso el espectador ha de tener, es decir, que mejor es no forzar a la razón (o emociones) para culminar en un culpable o inocente, sino sopesar las distintas aristas que gracias a la narración de la historia uno como espectador tiene a la vista. Ésto es lo que me fascinó de la historia: sus posibilidades para el cuestionamiento. ¿Por qué y cómo es que Michael y Hanna llegan a esos momentos varios de decisión? La respuesta no es sencilla y mucho menos si se toma en cuenta, ahora sí, el contexto en donde ellos se mueven: Alemania y el Nazismo.

Ahora bien, estar por el momento aquí en la tierra de Goethe y haber vivido y sentido un poco de la realidad alemana y su gente es quizá lo que, acepto, me mueve a tales consideraciones. Cierto que hubo y hay localmente una dura crítica (e incluso condena) al libro (y por ende, el filme), pero también hubo y hay una aceptación a la historia como una que demuestra lo intricado que, ya no digamos sociedad, los individuos tenemos de por medio. Las escenas en el juzgado me parecen lo mejor de la película. Ahí, por cierto, es lo que, diría yo, hace que Winslet esté aplaudida como actriz. Luego, cuando Michael encarnado por Fiennes se da a la tarea de continuar aquello que de joven truncó (es decir, la lectura de libros a Hanna), mucho se redondea el personaje iniciado por el joven Kross y, ciertamente, la historia íntima (entendida sobre todo como lo más interior) entre él y ella.

Decir pues que ahora resulta que las letras pudieron haber redimido a Hanna y sus comparsas, y que el personaje de Michael nos lo intenta demostrar, es reducir totalmente la historia y banalizarla. Insisto, la complejidad de las personas es lo que creo se nos intenta hacer ver, y para ello nada como ese contexto alemán para todavía hacer de la tarea una más, sí, enriquecedora. Es decir, que más que dar por terminada la lección, aún nos queda (pueblo alemán incluído) mucho por aprender de nuestros demonios. De nuestras muchas luces y sombras.

En síntesis, recomiendo la película. Me ha gustado y convencido. Quiero leer el libro y seguramente habrá más tela de donde cortar. Sea pues.

Guiño: Y que estabas como ausente, y que no me callaba y te leía. Desde lejos.