No es gratuito el motivo del cautiverio de cientos de niñas en Nigeria; para Shashi Tharoor, ex-subsecretario de la Naciones Unidas, la acción más importante para mejorar el mundo se resume en cuatro palabras: «educar a las niñas». Los secuestradores han argüido la “educación occidental” como razón suficiente de condena. Las niñas nigerianas, en su papel de alumnas, ojo, fueron secuestradas: en el pecado llevaron la penitencia. La noticia recorre el mundo y es la hora en que aún no se consigue la liberación de estas niñas.
Digo estas niñas pensando en tantas otras que viven sin educación. Aquellas sin acceso a escuelas y aquellas que aun yendo se quedan en realidad al margen de una educación incluyente, de una educación que no las vea como un peligro, o que tal acción (“occidental” o no) sea considerada como un pecado, gasto o desperdicio de recursos. Esas otras niñas viven también secuestradas. Los captores no son solo extremistas o fanáticos religiosos, son también aquellos, hombres y mujeres, que siguen viendo a la mujer como un objeto, adjetivándola según sus intereses y llamándola según convenga. ¿Cuántas “princesas” no estarán ya condenadas a los segundos planos? ¿Cuántos rostros y cuerpos de primer plano estarán opacándose entre sí? ¿Cuántas mujeres se seguirán viendo al espejo sólo para ver lo que otros quieren ver, quedándose atrapadas en él?… ¿Cuántas niñas crecerán secuestradas?
Los secuestradores han amenazado con la venta de las niñas… porque saben que hay quien las compra. Ahí o allá hay pues un mercado para tales objetos, lo ha habido ¿y lo seguirá habiendo? Las campañas se desatan y despliegan consignas para el caso nigeriano, «los hombres de verdad no compran niñas», ¿y qué del usufructo de aquellas niñas, adolescentes y jóvenes en los llamados mundos virtuales de Internet? Eso también es de verdad.
Tenemos secuestradas a las niñas, pero no hemos de traerlas de regreso: hay que llevarlas hacia adelante.