Lichtenberg y #ReadWomen2014

Sin duda la belleza masculina no ha sido lo suficientemente trazada por las únicas manos que mejor pueden hacerlo: las femeninas. Siempre me es grato escuchar de una nueva poeta. Si tan sólo (ella) no se formara según la poesía masculina, ¡qué no se podría descubrir ahí!
Georg Christoph Lichtenberg [Sudelbücher, F 1077; 1776-1780]
versión de maag

Juana_Inés_de_la_Cruz«¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofía de cocina?… Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.»
Juana Inés de la Cruz (1691) en respuesta a Carta de sor Filotea de la Cruz

Más de Lichtenberg en Twitter: @GC_Lichtenberg;
Más del #ReadWomen2014 en inglés: by Joanna Walsh.

Robert Walser imagina a John Lennon

En tiempos de la Primera Guerra Robert Walser hace llegar el siguiente texto a la redacción de un número dedicado al conflicto bélico; según la nota al pie de página del libro Träumen (1985), donde a la postre se incluyó la pieza, el escritor (les) agradece la consideración dado que, “como dicen, quieren incluir en sus páginas la declaración de un abstraído o soñador”. Del texto hay dos versiones, ésta de Träumen y otra editada en Poetenleben (1917, 1985) como parte, a su vez, de un texto intitulado “El trabajador”, en donde, en la narración, se compusieron dos pequeñas prosas, y una de ellas es esta que nos ocupa en una versión sin título, dividida en párrafos y con sutiles variantes. No se sabe cuál es la primera versión, algunos opinan que es la del trabajador. La incluída en Träumen se supone entonces la versión final, es la que Walser titula “Fantasear”, y la que bien podría considerarse, amén de terrenal y práctica (?), la primera versión de una canción como “Imagine” de John Lennon. En español se recoge en las respectivas traducciones de la editorial Siruela, Sueños (2012) y Vida de poeta (2010); aquí publico mi versión.

Fantasear (1915) de Robert Walser

Ahí las personas son amables. Tienen la gentil necesidad de preguntarse mutuamente si en algo pueden ayudarse. No pasan entre sí con indiferencia, como tampoco se molestan unos a otros. Afectuosos son, pero no demasiado curiosos. Se toman en cuenta, pero no se fastidian entre sí. Quien es infeliz ahí no lo es por mucho tiempo, y quien se siente bien no es por ello arrogante. Las personas que ahí viven, ahí donde las ideas, están muy alejados de encontrar placer en el malestar de otros, y de sentir execrable alegría cuando el otro se encuentra en aprietos. Se avergüenzan ahí del gusto por el mal ajeno; prefieren ver en ellos el daño que verlo gustosamente en otros. Esta gente tiene tal necesidad de la belleza porque no soporta ver los estragos del prójimo. Ahí toda la gente se desea lo mejor. Nadie vive ahí que desee lo bueno sólo para sí, y quiera saber sólo a su pareja e hijos en buen recaudo. Se quiere también que la pareja e hijos del prójimo se sientan felices. Cuando una persona de alguna manera ve a un infeliz, también su propia felicidad es estropeada, porque ahí, donde el amor al prójimo habita, la humanidad es una familia y no puede haber nadie feliz si no lo son todos también. Envidia y celos son ahí desconocidos, y la venganza es algo imposible. Ahí nadie se interpone en el camino del otro, nadie triunfa sobre nadie. Donde uno descubre sus debilidades, no hay nadie que quiera aprovecharse, pues todos se tienen en gran consideración. El fuerte y poderoso no puede recibir ahí admiración, porque todos poseen igual fuerza y ejercen igual poder. Las personas dan y reciben en un intercambio elegante sin ofender a la razón y al entendimiento. Amor es ahí la ley más importante; amistad, la primera regla. Pobreza y riqueza no las hay. Reyes y emperadores ahí, donde la gente sana vive, nunca se han dado. La mujer no domina sobre el hombre, pero el hombre tampoco sobre la mujer. No domina nadie, mas que cada cual sobre sí mismo. Ahí todos sirven a todos, y el sentido del mundo es claramente eliminar el dolor. Nadie quiere disfrutar; la consecuencia es que todos lo hacen. Todos quieren ser pobres;  de ello resulta que nadie lo sea. Ahí, ahí todo es bello, ahí quisiera vivir. Entre personas que se sienten libres porque se limitan, ahí quisiera vivir. Entre personas que se respetan, ahí quisiera vivir. Entre personas que no conocen el miedo, ahí quisiera vivir. Me doy cuenta que fantaseo.~

Robert Walser de Pablo Gallo, 2009

“Robert Walser” de Pablo Gallo, 2009

Carballo en Cuba

Pero Calvert había pasado por otra enfermedad no sufrida por Keyserling. Había caído en desgracia política y su situación en la Casa de las Américas era más que precaria. La culpa, como siempre, no era suya pero sí el castigo. Sucedió que vino de visita a Cuba un escritor mexicano invitado por la Casa. Se llama Emmanuel Carballo. Nunca lo conocí pero no he olvidado su nombre, no por lo que escribió sino por lo que habló. Calvert salió varias veces con Carballo (tal vez más de lo que era su deber de anfitrión cultural) y una noche sentados en el peligroso y apacible Malecón, Calvert confió sus temores a Carballo, que eran sexuales, homosexuales, pero no propios. La confesión era una confidencia. Ingenuo pero grave error, máxime cuando Calvert sabía que había de tener cuidado con los extranjeros que venían a buscar regalos, griegos a la inversa, siniestros. Calven le contó a Carballo que en Cuba se estaban deportando homosexuales a granjas de trabajo en el interior que eran verdaderos campos de concentración, con guardianes y perros pastores y alambradas eléctricas. Entonces no era nada conocida esa cacería y captura velada pero sistemática. Sólo unas pocas gentes del Gobierno lo sabían. Era un secreto del Ministerio del Interior. Pero Calvert se enteraba de todo, sobre todo de los secretos de la esfinge que devora. Además tenía un amigo negro que había caído en una de esas redadas sigilosas pero, cauto, se había podido comunicar con Calvert. Carballo mostró un asombro sin límites y hasta indignación. También un interés alentador a la revelación. Calvert le dio datos, nombres, lugares, pero le pidió por favor que no los diera a conocer a su vuelta a México, no todavía. Carballo le juró discreción eterna —que duró una noche.

Al día siguiente Yeyé Santamaría hizo llamar a Calvert a su oficina. “Me desvistió”, me confesó Calvert. A veces, sobre todo cuando estaba nervioso, eran los anglicismos y no la tartamudez que lo traicionaban. Calvert quería decir “Me desnudó”. Carballo, ni corto ni cortés, se había ido a ver a Haydée Santamaría y le reveló en la mañana todo lo que le había contado Calvert la noche anterior. Le dijo además que era muy peligroso para la Revolución tener “gente así” en puestos de confianza. “No supe qué decirle a Yeyé”, me contó Calvert, “excepto tal vez recordarle que mí puesto no era de confianza”. Por supuesto, desde ese momento la situación de Calvert en la Casa de las Américas se hizo insostenible, rodeado de ojos vigilantes y regulado por nuevas prohibiciones, entre ellas las de confraternizar con
extranjeros. Tal vez, con su experiencia, salvadora para Calvert.

Guillermo CABRERA INFANTE en “¿Quién mató a Calvert Casey?”, Vidas para leerlas (1998)

Los dedos en la punta de la lengua

«Estoy aquí solo, padeciendo una gran fatiga, trabajando con afán y sin tiempo para otra cosa que no sea mi arte.»
—Miguel Ángel Buonarroti (1511)

Creación_de_Adán_(Miguel_Ángel)

«El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.»
—Gabriel García Márquez (1965)

Insultos y similares

  • viejo pendenciero
  • viejo remendado
  • inmundo
  • pellejero
  • manchón
  • impostor
  • carademono
  • necio
  • vieja puta
  • espurio
  • bruto
  • granuja
  • torpe
  • bocafloja
  • bellaco
  • canalla
  • burro
  • bribón
  • jetadechango
  • zoquete
  • estúpido
  • malandrín
  • pillo
  • ladrón
  • golfa
  • tarado
  • güey
  • cabrón
  • guarra
  • tipejo
  • saco de pulgas
  • pedazo de tonto
  • carne de horca
  • hatajo de puercos
  • patán
  • sinvergüenza
  • mequetrefe
  • pícaro
  • mocoso
  • pico de pájaro
  • cachorro
  • haragán
  • pilluelo
  • desperdicio de pan
  • colilla
  • cobarde
  • bruja
  • chusma
  • carroñero
  • prostituta de regimiento
  • fanfarrón
  • irse al diablo
  • que te viole el diablo
  • que te parta un rayo
  • verselas mil veces negras
  • rayos y centellas
  • pasar apuros
  • ¡santos cielos!
  • ¡demonios!

@GC_Lichtenberg (1775)

NB. El original en alemán (con * sin traducción en la lista):

Schimpfwörter und dergleichen

alter Krachwedel; alter Hosenhuster; Dreck auf den Bart (Araber); Bärnhäuter; Schandbalg; Betrüger; Lork*; Affengesicht; Narre; Matz*; alte Hure; Bankert; Flegel; Rekel*; Bengel; Tölpel; Gelbschnabel; Schuft; Hundsfott; Esel; Schlingel; Maul-Affe; Klotzkopf; Dummkopf; Schurke; Spitzbube; Dieb; Hure; Nickel; Mensch; Drecksau; Schlampe; Vettel*; Luder; Lausewenzel*; Flöhbeutel; Galgenschwengel; Galgenvogel; Sauwedel; Lümmel; Saulümmel; Laffe; Schelm; Rotzlöffel; Schnauzhahn; Hundejunge; Poltron; Lausebalg; Schandbalg*; Scheißmatz; Knasterbart; Memme; Hexe; Canaille; Trulle*; Schind-Aas; Regiments-Hure; ————Nickel; hol dich der Teufel; daß dich tausend Teufel zerreißen; daß dich der Donner und das Wetter erschlüge; daß du tausend Schwere Not hättest; daß du die Kränke hättest*; Blitz, Hagel, und alle Wetter; Schwere Not!; Himmel Sakrament!; Potz Donner, und der Teufel*; Tausend Sakrament*; Beim Teufel.  [D 661]

Mejor manden aparatos

De nuevo Marte un lunes seis de agosto del 2012. De nuevo leer a Ibargüengoitia: Reflexión lunática

En estos días, opinar sobre el viaje a la Luna se ha convertido en una gran industria. De corta vida, espero, porque tampoco se va uno pasar años leyendo en el periódico artículos sobre lo maravilloso que es que el hombre ponga un pie en la Luna. Pero, por el momento, hay que seguir la corriente. Me siento frente a mi máquina y escribo un artículo sobre la Luna. De lo contrario, me pasa lo que a la guerra entre el Salvador y Honduras, que nadie me hace caso. Así que allí va:

El viaje a la Luna que está ocurriendo en estos momentos ha cambiado mi vida de una manera microscópica: La Luna no es, ni volverá a ser, para mí, parte del decorado de una escena romántica, ni signo del paso del tiempo, ni estorbo para dormir con la ventana abierta, ni la causa de los aullidos del perro de junto, ni signo de la buena suerte, ni esperanza de lluvia, ni anuncio de la aparición de los lobos humanos, ni dominadora de las mareas, etcétera. De ahora en adelante será simple y sencillamente, uno de tantos lugares a los que no pienso ir.

En el momento en que Armstrong ponga un pie en la Luna, ésta pasará a ocupar, en mi conciencia, un lugar equivalente al que ocupan Las Vegas, Tegucigalpa y Los Mochis.

Pero estas son consideraciones personales. En realidad estamos viviendo momentos celebérrimos en la historia de la humanidad. Armstrong se va a bajar en la Luna, con una cámara, por supuesto, va a tomar fotografías, como cualquier turista, de su compañero parado junto al módulo, como si fuera el Arco del Triunfo, va a recoger unas piedritas, va a volver a subirse al módulo y va a regresar a la Tierra.

Una vez de regreso, va a cometer, probablemente, el mismo error que cometen los turistas que dicen: «Conozco Los Ángeles», nomás porque han estado media hora en el aeropuerto. Nos va a decir: «Conozco la Luna».

No me cuesta ningún trabajo imaginarme a sus nietos, dentro de veinte años, durante la sobremesa, haciéndose cruces y murmurando entre ellos: «¡Ay, ya va a empezar a hablar de la Luna!».

El primer viaje tripulado a la Luna es un gastazo, un notición, un acontecimiento despampanante, un motivo de prestigio tremendo para los Estados Unidos, una demostración irrefutable del adelanto tecnológico y de la perfección de los aparatos, pero los resultados tangibles son mínimos.

Con las muestras de piedra que se van a obtener, se va a poder determinar (cuando menos eso se espera) la historia de la Luna. Es decir, si la Luna fue parte de la Tierra, si ambas fueron parte de otro cuerpo o si la Luna era un cuerpo ajeno que iba pasando y quedó atrapado por la gravitación terrestre. Esto, que a mí, en lo personal, no me urge averiguar, puede permitir, algún día, formular una nueva teoría sobre el origen del Universo, o comprobar alguna de las ya existentes. Es un gran adelanto científico.

Nomás que hay un problema. Esas muestras de piedra pudieron ser recogidas por un aparato no tripulado, como ya había advertido, hace meses, un astrónomo inglés.

Su razonamiento era el siguiente: «¿Para qué arriesgar la vida de varios hombres, si lo que van a hacer lo puede hacer un aparato?».

Uno de los tripulantes del Apolo 8 le contestó, en términos muy cortantes, que lo que el ojo humano puede ver, y el oído oír, y la mano palpar, no lo puede ver ni oír, ni palpar, ningún aparato. Muy cierto. Lo malo es que, hasta la fecha, lo que los viajeros han declarado no es nada interesante. La experiencia, tremenda, pero la observación, casi nula. Las fotos son mucho más importantes.

Las palabras de los astronautas, que han sido recogidas religiosamente, son más bien frívolas. Uno declaró que la superficie lunar parecía queso añejo, otro, que la Tierra parecía deshabitada, etcétera.

Claro que no le puede uno pedir brillantes a gente que anda viajando a cuarenta mil kilómetros por hora, metida en una pocilga y comiendo papilla. Pero, después de todo, el astrónomo inglés tenía razón. Para que los hombres digan sandeces, mejor manden aparatos.

Pero hay una razón para mandar hombres a la Luna, que el sabio inglés no tuvo en cuenta. Al viaje a la Luna hay que darle interés humano. Nadie haría el viaje al Cabo Cañaveral para ver cómo se va a la Luna un aparato, por complicado que sea. Probablemente no habría, ni siquiera, quien se levantara a las seis de la mañana a prender la televisión. Hasta es posible que no hubiera quien patrocinara la transmisión.

Pero aquí hemos llegado a los verdaderos motivos del viaje a la Luna. A los que hacen el presupuesto de los Estados Unidos les importa un pepino si la Luna fue parte de la Tierra o no. Lo que ellos quieren es publicidad. Por eso va el hombre a la Luna. Es campaña publicitaria costosa y arriesgada, pero efectiva. ¡Ni hablar!

—JORGE IBARGÜENGOITIA (en Revolución en el jardín, 2008, de Ideas en venta, 1997)

Los caracteres de @GC_Lichtenberg

«¿No es curioso que una traducción literal casi siempre sea mala? Mas todo puede traducirse bien según se entienda al idioma—a sus hablantes».

La cita es mi traducción de Georg Christoph Lichtenberg en un apunte que, si literal, no cabría en 140 caracteres; Juan Villoro lo escribió así:
«¿No es curioso que una traducción literal casi siempre sea mala? Sin embargo todo se puede traducir bien; ahí se aprecia qué tanto se entiende un idioma, es decir, qué tanto se conoce al pueblo que lo habla».

Y aquí el original (en alemán):
«Ist es nicht sonderbar, daß eine wörtliche Übersetzung fast immer eine schlechte ist? Und doch läßt sich alles gut übersetzen. Man sieht hieraus, wie viel es sagen will, eine Sprache ganz verstehen; es heißt, das Volk ganz kennen, das sie spricht».
[I/324,1]

Me interesó «tuitear» a Lichtenberg porque a diferencia de otros escritores y sus citas citables, los textos (de no más de 140 caracteres) del anglófilo alemán son en sí el todo. Así, empecé directamente con el trabajo de Villoro en Aforismos (FCE 1989); esto es, leía, subrayaba, contrastaba con la version original (en Südelbucher, Insel 1984) y publicaba el «tuit».

Digo contrastar pensando en traducir. El esfuerzo es para evitar que @GC_Lichtenberg sea un copiado y pegado del trabajo de Villoro. Cada vez más voy directo al Südelbucher y trabajo con ello —pero de Villoro, claro, siempre procuro la compañía.

Cualquiera que lea la obra de Lichtenberg descubrirá en ella apuntes que caben en menos de 140 caracateres. Son, caray, «tuits». Textos que en español (y otras lenguas) están desperdigados por la web y que pocas veces tienen un espacio a la medida (pun intended): de ahí —también— que yo abriera en Twitter una cuenta en español para Lichtenberg. (A la fecha, 29/09/2011, hay solo dos cuentas más para él: una en alemán, con 85 tweets, y otra en inglés, con 12 tweets; así, esta en español es la de mayor cantidad de tweets y seguidores, 179 y 393 respectivamente.)

Por supuesto, no todo G.C. Lichtenberg cabe en @GC_Lichtenberg —y tampoco, lamentablemente, con alguna clasificación à la Villoro, e.g., «Ángeles y animales», «La barbarie ilustrada», «Las causas», o con la del propio Lichtenberg —con letras y números— pues tendría que hacer uso de los hashtags (and I don’t want to make a hash of it).

Como leo doy. Algunos apuntes —como el citado arriba— traduzco y ajusto en longitud, pero en general evito el recorte (que Villoro, por ejemplo, sí hace en su libro). Lo dicho, procuro los «tuits».

Sobra decir que puede haber de todo con @GC_Lichtenberg, desde tropos hasta aforismos, pasando por epigramas y una que otra sorpresa. Recién —temerario acaso— publiqué el siguiente serventesio:

Más devota y hermosa que Lucía
No será fácil ver a otra rezar,
Pues en cada oración se arrepentía
Y a todos cosquilleaba el pecar.

que en el «tuit» prescinden de la explicación de Lichtenberg, a saber: «A una hermosa muchacha que en la iglesia/ tan devota estaba». Seguí la estrofa de Villoro y su Lucía —que hago también mía por motivos personales— en el primer verso, pero después aquella así reza:

Más devota y hermosa que Lucía
No se verá rezar a otra mujer
Se arrepiente en cada letanía
De lo mismo que invita a cometer.

Ambas son versiones del original (en alemán):

Auf ein schönes Mädchen, das in der Kirche
sehr andächtig war.

Andächtiger und schöner als Lucinden
Wird man nicht leicht ein Mädchen beten sehn;
In jedem Zug lag Reue für die Sünden
Und jeder reizte zum Begehn.
[B 294]

Además de Lucinda (que, ya se ve, era por demás linda), advertí que Lichtenberg no canceló del todo la posibilidad de ver más muchachas como ella y, sobre todo, nos contó —explicó— lo ocurrido en aquella iglesia: la belleza de la devoción. Quise entonces mantener el tiempo verbal (indicado desde la dedicatoria, que Villoro por su parte transcribió así: «En la iglesia, acerca de una muchacha/ hermosa, sumamente devota.») y diluir, digamos, la culpabilidad de ella.

Ese cosquilleo me resultó natural para con Lichtenberg; todavía más, el propio Villoro le hace un apartado, Las mujeres, en el no-prólogo «La voz en el desierto» de Aforismos y escribe, cito: «Lichtenberg se veía a sí mismo como un precario equilibrista entre la mente y el cuerpo. ¿Cómo resistir a dos fuerzas tan poderosas: el estudio de las estrellas y el cuerpo femenino? El esbelto cuello de una mujer podía hacer que todas sus teorías se fueran a pique […]».

En suma, la devoción de la belleza.

Así pasa y queda @GC_Lichtenberg.

Los abandonados

«No se podía hacer otra cosa que abandonarse a la marcha, adaptarse mecánicamente a la velocidad de los autos que lo rodeaban, no pensar.»
—Julio Cortázar, La autopista del sur (en «Todos los fuegos el fuego», 1966)

En los últimos kilómetros de La autopista del sur es donde Cortázar remata esa alegoría de movilidad urbana, un atasco donde pasa todo y de qué manera. La maestría literaria, por supuesto, es evidente, he ahí las distintas historias de aquello que suele ser inadvertido por tantos—y fue el mismo Julio quien explicó tal razón para escribir el cuento—, y que dan cuenta (nos hablan) de lo mucho que viaja en un auto —o en cualquier vehículo— y, sobre todo, lo que sucede cuando tenemos que bajarnos de este.

Cortázar saca del automóvil a las personas y con su ficción muestra la verdad de tal tecnología. En unas cuantas páginas el escritor brinda, además, un análisis de la realidad del uso del auto; es decir, y esto acaso no es tan evidente, por medio de una historia fantástica contrasta los mundos de un automovilista (el interior y el exterior), y subraya a fuerza de palabras los demasiados autos y la cada vez menos convivencia humana… urbana.

Aquellos paralizados de cuatro ruedas tienen que convivir en medio del abandono tecnológico (si hasta de las radios tienen que prescindir) y es cuando surgen ésas sus historias… o más bien, las reviven a cabalidad. El abandono los despoja de la tecnología pero también los liga y, finalmente, los marca.

El ingeniero, al final del relato, se aferra a lo logrado en ese tiempo de encierro y, sin embargo, se sube a su auto y avanza aceptando la velocidad de la carrera. «[…] Y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro,…». Sabe lo que tuvo pero no lo que tendrá. No le queda sino apurarse. «[…] Por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros…», cuando en su momento se supo algo más de ellos. La muchacha del Dauphine habló con el ingeniero del 404, y si bien nosotros no llegamos a saber sus nombres, ellos seguro que lo habrán hecho: es por esta distancia —Cortázar al fin— que podemos ver con mayor claridad esa frialdad que impone la vida en automóvil. Aun con historias como estas, llenas de avatares, la personalidad del automóvil termina por rebasarnos, dejamos de saber quiénes (y cómo) pueden ser los otros. Con todo, el ingeniero es un 404 y la muchacha un Dauphine: las marcas son ellos.

Sólo fuera del auto es como se da pie a la historia, sólo fuera del auto esta avanza; una vez dentro del auto, las historias vividas en esos meses del relato se apagan y son de nueva cuenta los autos los protagonistas, los más importantes de aquél final: «[…] Donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.»

Lo dicho: se deja de pensar y se va, abandonado, exclusiva y fijamente hacia adelante.